Un progenitor “colega y enrollado”, unos padres separados y unos hijos adolescentes

progenitor colega y enrollado

Ojeando una obra del psicólogo Javier Urra leo: “Se puede conocer a los hijos, se puede caminar y disfrutar juntos pero sin confundir ser amigos con ser “colegas” pues los padres han de marcar los limites que los hijos precisan”. Suscribo lo que dice y precisamente por mi experiencia me gustaría exponer en este articulo la clásica situación que suele presentarse en los Juzgados de Familia que yo llamo del progenitor “colega y enrollado” en el contexto de unos padres separados y unos hijos adolescentes.

 

   Ciertamente, el progenitor “colega y enrollado” resulta ser un “personaje protagonista” recurrente en los Juzgados de Familia; con frecuencia, aunque no siempre, resulta ser padre (masculino) y aun más de las veces, progenitor no custodio. Resulta ser especialmente peligroso cuando de hijos adolescentes hablamos pues por la lógica ley de vida, la adolescencia es la época del deseo y ansia de “liberación y experimentación” en todos los ámbitos, sentimientos a los que ninguno de nosotros, estoy seguro, nos habremos sustraído en su momento.

 

   Muy frecuentemente, el progenitor “colega y enrollado” suele ser el producto y el fruto de la actual sociedad, infantilizada, irresponsable e inmadura, muchos de cuyos miembros no desean que se les impongan límites por nadie ni por particulares ni por los poderes públicos ( aunque, dicho sea de paso, después resultan ser incapaces de asumir sus responsabilidades y las consecuencias negativas de sus acciones y terminan recurriendo al amparo de aquel poder que denostaban ); muy habitualmente el progenitor “colega y enrollado” es hijo de un padre excesivamente autoritario y trata de contrarrestarlo proyectando a través de sus sus hijos sus propias frustraciones juveniles permitiendo al hijo adolescente lo que a él no se le permitió hacer cuando fue hijo. Finalmente, el progenitor “colega y enrollado” empatiza plenamente con su hijo pues él mismo actúa como si fuera menor de edad formando parte de esa pléyade de adultos eternamente adolescentes, liberados por demás de las responsabilidades conyugales o de pareja; este progenitor proyecta este ideario en la educación de su hijo al que considera “amiguete y colega” sintiéndose tan adolescente como éste.

 

   En el contexto de una familia cuyos padres conviven, el estilo educacional del progenitor “colega y enrollado” en ocasiones puede ser contrarrestado por el del otro progenitor, menos permisivo, pero cuando los padres se separan ese contrapeso se pierde o se diluye y da lugar a situaciones recurrentes en los Juzgados de Familia: El/la hijo/a adolescente expresa su deseo de dejar de vivir con el progenitor custodio que le “agobia”, le “raya” o le “marca” y con el que dice discutir frecuentemente y expresa su deseo de pasar a vivir con el progenitor no custodio “colega y enrollado” con el que la convivencia es mucho más llevadera. El progenitor “colega y enrollado” normalmente canaliza judicialmente esta circunstancia bien instando un procedimiento de modificación de medidas bien oponiéndose a la ejecución de la medida de guarda y custodia.

 

   Que duda cabe que siempre debe valorarse el deseo de los hijos menores pero judicialmente siempre ha de comprobarse si dicho deseo es fundado y no condicionado por motivos espurios. Ya he explicado en otro articulo la necesaria ponderación de las circunstancias concurrentes cuando los menores expresan sus deseos. (“¡No quiero vivir contigo!”: La valoración del deseo del menor en la decisión del cambio de custodia) Pero específicamente, en este punto se debe ponderar lo influenciable y voluble que es la opinión de los adolescentes, hablando en términos generales, fácilmente manejables ante el ofrecimiento de determinadas ventajas de naturaleza económica (pagas, asignación semanal, viajes, motos, videojuegos, consolas...) o lúdica (aumento de los tiempos de ocio, mayor permisibilidad en las salidas nocturnas, en las relaciones sexuales, en el consumo de sustancias tóxicas, en los hábitos alimenticios o de salud...etc..)

 

   En tales casos, la experiencia dice que se está en presencia de dos progenitores que siguen modelos educativos contrapuestos, siendo así que los/las adolescentes expresan su deseo (cuando no lo ejecutan de facto) de refugiarse en el modelo más permisivo y que menos límites y control parental les supone, por el evidente beneficio personal que les reporta.

 

   Sin embargo, precisamente lo que el interés superior del menor exige y reclama -más en estas edades adolescentes- es un modelo educativo que marque límites, imponga un cierto control parental (en materia de hábitos, horarios etc..) e inculque valores básicos como la responsabilidad. En numerosas ocasiones debe tenerse en cuenta la escasa entidad y consistencia de los motivos invocados por los menores para pasar a convivir con su padre pues generalmente las supuestas discusiones que dice mantener con la madre no queda acreditado excedan de lo normal en cualquier convivencia paterno-filial, propias de la diferencia generacional, del trato y convivencia habitual, y de un cierto principio de autoridad que debe mantener todo progenitor.

 

   Termino dejando que hablen las magistrales palabras del psicólogo Javier Urra cuando en su obra “El arte de educar. Mis pensamientos y aforismos” (La Esfera de los Libros, 2006) explica: “Es bueno que los hijos tengan padres amistosos. Sin embargo, tendrán muchos amigos y amigas pero solo un padre y una madre y necesitan que actúen como tales. Se puede conocer a los hijos, se puede caminar y disfrutar juntos pero sin confundir ser amigos con ser “colegas” pues los padres han de marcar los limites que los hijos precisan. Cada uno debe asumir su rol: El adulto es adulto, debe ser adulto, eso es lo que espera, demanda, exige y precisa todo hijo.”

 

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Comentarios: 1
  • #1

    Sophie (viernes, 22 abril 2016 19:19)

    Magnífico artículo! Trabajo en violencia filio-parental, con Javier Urra, y me encuentro a diario con padres como los que describes. Una lástima porque, una vez más, el que paga las consecuencias es el hijo.

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